La Navidad es una época especial se mire por donde se mire: los más pequeños disfrutan de la emoción de los regalos y lo misterioso de esas fechas; otros disfrutan (o no) de ver a la familia y disfrutar de los seres queridos. Luego están los ajetreos que todo esto conlleva, las compras de última hora, carrera por las últimas gambas de la pescadería, los atascos y el barrio sin un solo sitio donde aparcar. Todo esto que hace la Navidad es difícil expresarlo en una obra que no vaya sobre esta festividad. No obstante, mi película no va a estar ambientada en estos meses, lo cual no quita que tenga espíritu navideño.
(SPOILER ALERT. El siguiente contenido da por hecho que has visto 'La Princesa Mononoke').
Mucho se ha escrito ya sobre estudio Ghibli y Hayao Miyazaki. Por eso no voy a intentar hablaros como el descubridor del significado final de sus películas. En su lugar, hablaré desde el niño que era cuando vi por primera vez 'La Princesa Mononoke' y lo que significa para mí ahora la obra.
Recuerdo cuando vi esta película por primera vez, y las infinitas veces que la vi (e hice a muchos ver) después. Me producía tantas sensaciones diferentes; me asustaba y sentía verdadero terror por la maldición que consumió al gran jabalí, la misma que afecto a Ashitaka. Pero después le veía luchar contra su propio destino, contra la irremediable y tortuosa muerte que estaba por sufrir...y me sentía capaz de todo. Mononoke, a su vez, me hacía sentir la fuerza y la dedicación necesaria para ese "ser capaz de cualquier cosa". Además comencé a comprender ese respeto que siento ahora por la naturaleza en su totalidad. Lady Eboshi me hizo comprender que a las mujeres no se las debía tomar a la ligera, ya que había levantado un imperio por sí misma. El Espíritu del Bosque me provocaba sensaciones encontradas, ¿cómo un ser tan grotesco podía tener tanto poder? Me hizo comprender la relatividad de la belleza.
Nada de eso ha cambiado hoy en día. Esta obra me sigue haciendo sentir innumerables emociones, pero me hace comprender más cosas aún. Detrás de toda la imposible fantasía que Miyazaki nos muestra se oculta una historia totalmente humana, más mundana de lo que somos nosotros mismos a veces. Cuando volví a verla hace unas semanas me di cuenta de que no hay personajes buenos o malos, solo personas de carne, hueso y "alma". Con ambiciones y sentimientos como todos nosotros. Y al fin y al cabo, todos luchan y se preocupan por sus problemas y metas. Los jabalíes no son malos por querer defender su causa a toda costa, incluso si los que deberían ser aliados se ponen en su camino. Además, ninguno de los personajes evoluciona como tal. Mononoke no deja repentinamente de querer matar a Lady Eboshi, sino que comprende que su muerte no traería ningún bien a su causa. Porque al final seguimos siendo nosotros mismos. Solo cambiamos la ruta que nos lleva a nuestros propósitos, pero no los propósitos en sí. Todos en la película tienen sus defectos. Incluso el Espíritu del Bosque, una deidad encargada de dar vida y muerte, entra en cólera cuando le cortan la cabeza y comienza a destruir su propio hogar, el bosque, para recuperarla antes de que sea demasiado tarde.
Además, me hace comprender que aunque pueda existir un destino no hay nada escrito, y son nuestros pasos los que escriben la historia y marcan el camino. Que hay que dejarse ayudar, que Ashitaka no habría conseguido nada sin conocer a las personas que conoció por el camino y, sobre todo, saber recibir con buena voluntad el amor y el cariño.
Me quedo corto pero tampoco quiero alargarme con lecciones baratas de moral. Si me gusta 'La Princesa Mononoke' es porque es una historia humana llena de esperanza. Y no hay nada más navideño que la esperanza. Por ello, espero que paséis unas felices navidades y felices fiestas.
Diego Gozalo Pascual/ @DieGozalo97
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